Cuando este viernes 14 de abril Beatriz Flamini tomó aire fresco, al salir de la cueva de Los Gualchos, no fue la primera vez en 500 días. Fue la segunda. Según ha confirmado Dokumalia, la productora asociada al reto, la deportista madrileña tuvo que salir ocho días al llegar el día 300 «por motivos de seguridad». Al parecer, uno de los routers ubicados en la cueva falló. Ese router, indican, servía únicamente para realizar test psicológicos y para, en caso necesario, accionar el botón del pánico ante cualquier emergencia.

Esa caída de internet impedía que el equipo externo, el grupo que velaba por la seguridad de Flamini, considerase que era peligrosos mantenerla allí. Además, indican desde la productora, las ondas magnéticas le causaban dolor de cabeza y afectaban a su salud. Así que instalaron una tienda base en el exterior donde, aseguran, Beatriz no tuvo contacto con nadie para mantener el completo aislamiento del exterior.

El récord de 500 días, por tanto, no está superado. El resto de récords posibles, según la productora, sí.

La crónica del viernes 14

500 días después (o casi), lo primero que Beatriz vio fue una cámara de televisión. Beatriz salió con una sonrisa enorme, como si acabara de dar a luz. Un parto que empezó con 48 y termina con 50 años, del 21 de noviembre de 2021 a este viernes 14 de abril de 2023. «¿Quien ha pagado las cervezas del viernes?», bromeó, nada más pisar tierra firme, a cielo abierto. Las lágrimas, hundidas en lo más profundo de las cuencas de sus ojos, brotaron poco a poco tras unas oscurísimas gafas de sol, como dos pozos rotos, con un abrazo largo y sin prisa, desprovisto de arneses y cuerdas. Un abrazo libre.

La cueva, a 70 metros de profundidad, está en una finca privada de Los Gualchos, un pequeño municipio de la costa granadina. La expectación, a las nueve en punto, era absoluta. El equipo de la productora que convertirá la historia en un documental, familiares y amigos, periodistas. Todos se removían nerviosos en un extraño silencio que se rompió precisamente con su voz. La voz de Beatriz, a lo lejos, escalando por la entrada –la salida– de la cueva. La deportista de élite charlaba animadamente con los miembros del Grupo de Actividades Espeleológicas de Motril, como si le acabara de suceder algo muy gracioso. A las 9.08 horas, Beatriz regresó a la vida.


Beatriz saluda a sus compañeros tras salir de la cueva.


Efe


Tras un reconocimiento médico rápido, Flamini marchó a la sala de conferencias del Centro de Desarrollo Turístico de Motril. «La vida en directo», bromeaba un periodista –la sala estaba a rebosar–, citando la película ‘El show de Truman’. A las 11.17 horas, Beatriz entró en la sala rodeada por una nube de cámaras y un aplauso emocionante. «Viene de cumplir un reto importante y, para protegerla, nos pide que nos pongamos mascarilla», advirtió Paco Hoyos, Presidente de la Federación Andaluza de Espeleología. Ella, desde el atril, unió sus palmas en una posición orante y cruzó su mirada lentamente con los presentes. Después de todo, hacía mucho tiempo que no la miraban así. Bueno, que no la miraban.

Antes de tomar la palabra, David Reyes, el espeleólogo de Motril que ha sido su contacto invisible durante todo este tiempo, su ángel de la guarda, habló del reto: «Ha estado sola, sin contacto, sin luz natural, sin referencias de tiempo, a 70 metros bajo tierra. Es una persona única, con una pasión desbordante. El mundo debería conocerla». Ella, mirando a cámara, aceptó el reto de darse a conocer. Respiró hondo. «No esperaba tanta gente…», empezó Beatriz. «Esperaba salir de la cueva e ir a la ducha», continuó. «Esperaba…». La deportista se quedó en silencio, sin palabras, asintiendo sin decir nada, a punto de echarse a llorar pero sin perder la sonrisa. La sala la levantó con otro aplauso.

¿Cómo es vivir 500 días en una cueva?, le preguntaron. «No lo sé –respondió–. Sigo anclada en el 21 de noviembre de 2021. Al veros con mascarilla, para mí sigue siendo covid. Dejé de contar días, perdí la percepción temporal». La clave para afrontar un reto, aseguró Flamini, es la coherencia. «Coherencia para que lo que pienses, sientes y dices estén unidos. Ha habido momentos difíciles. Pero también muy bonitos. Tan bonitos como este –recorrió la sala con sus manos–. Como este momento». Pero, ¿cómo se mide el tiempo cuando vives en una cueva oscura sin referencias? ¿Cómo sabía cuándo era el momento de sacar los residuos y acercarse al punto de encuentro donde recogía comida y tarjetas de memoria? «Cada cinco cacas, intercambio –ríe–. No había otra forma de medir el tiempo. Si tengo sed, bebo. Si tengo hambre, como. Si tengo sueño, duermo. Si no puedo dormir, leo».

«Es cierto que necesitas un abrazo, un contacto, ¡unos huevos fritos con patatas! Pero te concentras en vivir el momento»

Un tanto descolocada todavía, Beatriz contó lo mal que lo pasó con una invasión de moscas, por ejemplo, y cómo ha aprovechado para «escribir, leer, dibujar, estar y disfrutar». «Porque estoy donde quiero estar», se repetía una y otra vez. Aunque ella perdió la noción del tiempo, en 500 días ha echado de menos «a todo el mundo», dijo, «incluso a mí misma». «Es cierto que necesitas un abrazo, un contacto, ¡unos huevos fritos con patatas! –rio– Pero te concentras en vivir el momento».

En estos 500 días, Beatriz ha procurado no hablar en alto, excepto cuando grababa vídeos para el futuro documental. «He respetado el silencio de la cueva. Aunque de vez en cuando soltaba un alarido, cuando se me caía algo y lo perdía para siempre. ¡Nooo!», exclamó, teatralmente. En cualquier caso, nunca pulsó el botón del pánico. «No pensé en abandonar, de hecho no quería salir», aseguró, provocando un revuelo en la sala. «No me ha pasado nada de lo que dicen que podía pasar, excepto las alucinaciones auditivas. Esto ha sido un entrenamiento para lo que está por venir».


Beatriz, en la cueva.


Cuando el equipo de espeleólogos llegó a su vera, este viernes, Beatriz estaba dormida. David Reyes la despertó y le dijo que ya, que lo había conseguido. Al salir, al ver la luz del día, Beatriz no sintió nada especial. Nada raro. «No he sentido nada porque para mí hace un rato que he entrado. No tengo la sensación de echar en falta nada. No, nada de nada». De hecho, bromea –o no– con la idea de que sería capaz de volver a hacerlo.

Flamini se despidió con un sincero elogio para el grupo de espeleólogos de Motril y admitió que ellos, lo que han hecho desde fuera, son «la gran lección» que se lleva. «No he podido caer en mejor sitio», terminó. Una hora después, en la sala de prensa seguían surgiendo dudas y preguntas. Reinaba en el ambiente la sensación de que no lo había contado todo, de que nos estamos perdiendo algo, de que toda esta aventura es difícil de entender. El libro que ha escrito allí y el documental que se ha grabado, probablemente, rellenen ese profundo y todavía incomprensible hueco.

La ciencia

Para desarrollar el reto de Beatriz se ha formado un grupo de trabajo con científicos, espeleólogos y entrenadores físicos, que han seguido de cerca toda su evolución. Julio Santiago de Torres, del Departamento de Psicología Experimental y Fisiología del Comportamiento de la Universidad de Granada (UGR), explica que el objetivo central de su investigación en ‘TimeCave’ ha sido «estudiar cómo afecta el aislamiento social y la desorientación temporal extrema a la percepción del tiempo».

«Es bien conocido, por experiencias similares de menor duración, que la desconexión de claves temporales (ciclos de luz y oscuridad, relojes, calendarios…) produce cambios muy importantes en los ritmos circadianos de la persona, habiéndose documentado aumentos importantes de la duración objetiva de los días en los que la persona experimenta un día como si fueran cuatro». Sin embargo, está muy poco documentado cómo afecta la desorientación temporal a la percepción y procesamiento de duraciones temporales más breves, que van desde el rango de segundos al de minutos. Para ello, se desarrollaron una serie de tests computerizados a realizar repetidamente durante la estancia en la cueva y posteriormente.

También desde la UGR, Juan González Hernández, del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico, profundizarán en cómo Beatriz lidia con el sufrimiento. «Es el reto más difícil. Habrá experimentado miles de experiencias de sufrimiento en su convivencia consigo misma, con la cueva, incluso con quien ella haya elegido mentalmente compartirlas», dicen.

María Dolores Roldán Tapia y Adrián Rueda, del Departamento de Psicología de la Universidad de Almería (UAL), analizaron los posibles cambios neuropsicológicos y cognitivos que conllevan este tremendo desafío: la soledad, la ausencia de luz, el aislamiento cognitivo y social… Previo a la entrada a la cueva de Beatriz, se le realizó una valoración exhaustiva de la corteza cerebral y sus funciones cognitivas asociadas a través de pruebas neuropsicológicas clínicas y experimentales y de software desarrollado por el equipo de la UAL para la valoración de altas capacidades de razonamiento y memoria semántica.

María José Martínez y Beatriz Rodríguez, de Kronohealth, empresa madrileña de cronobiología, han estudiado los ritmos circadianos y el sueño de Beatriz bajo las condiciones excepcionales en las que se encontraba.

Espeólogos

Esta aventura tan sorprendente no hubiera sido posible sin el grupo de Espeleólogos de Motril, que se ocupó de preparar la cueva para que pudiera ser habitada durante los 500 días. «Elaboramos un plan de emergencias que incluía entre otras cosas el cerramiento de la cavidad para evitar caída de animales y prevenir la entrada de intrusos, trazamos un amplio sendero con dimensiones suficientes para transportar una camilla que llega hasta una explanada que limpiamos para hacer posible el aterrizaje de un helicóptero de evacuación en caso de emergencia».

Durante el aislamiento, la principal función de los espeleólogos ha sido velar por la seguridad de Beatriz controlando su estado de salud a través de las cámaras de vigilancia, las tarjetas de vídeo y las notas que extrajeron de la sima que enviaban a la psicóloga e investigadores. Otra de las funciones ha sido suministrar los alimentos y el agua, retirar la basura a través de intercambios que se realizan en un punto intermedio de la cavidad donde no es posible cruzarse ni mantener comunicación.

Enlace de origen : Beatriz abandonó la cueva 8 días porque se rompió un router