Euskadi cierra este viernes una campaña electoral que ha transitado por un camino muy diferente al que sus protagonistas diseñaron en un principio. Lo que en un primer momento empezó con un llamamiento a los indecisos y debates más o menos genéricos sobre gestión ha ido girando a golpe de polémica: presencia de candidatos con vínculos con ETA, vídeos de origen desconocido, polarización entre las formaciones nacionalistas, denuncias de compra de votos en otras comunidades… Lo que se elige mañana es quién estará al frente de las alcaldías y las diputaciones, pero para los partidos hay mucho más en juego. Con unas generales a final de año y unas autonómicas a mediados de 2024, el 28-M se presenta como la primera temporada de la trilogía electoral que se avecina en los próximos meses.

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A las urnas están llamados 1.708.980 vascos, 8.400 menos que hace cuatro años. Y a todos ellos han hecho un llamamiento las diferentes formaciones para que acudan a las urnas. El primer objetivo es movilizar a una ciudadanía que muestra síntomas de evidente desafección hacia la política. Las apelaciones al voto «útil», a frenar la abstención, han sido constantes. Hace cuatro años fue del 34%, aunque en Bilbao, por ejemplo, se fue hasta el 38%. Se espera que en esta ocasión se mueva en cifras similares o incluso algo mayores.

Futuros pactos

El Centro de Investigaciones Sociológicas señalaba hace unos días que un 25% de los ciudadanos habrá tomado la decisión de a quién votar a lo largo de la campaña. No solo eso. Otro 7% lo hará hoy e incluso un 6% elegirá la papeleta que introducirá en las urnas mañana mismo, poco antes de entrar en el colegio electoral. Y esa volatilidad, unida a la previsión de unos resultados ajustados en algunos lugares, explica en gran medida lo que ha ocurrido en las dos últimas semanas, un periodo en el que el PNV y EH Bildu han buscado el cara a cara para tratar de convertir el 28-M en cosa de dos. En una especie de pelea en la que los jeltzales han trasladado un mensaje de «confianza y seguridad» para poder mantener su hegemonía –gobiernan las tres diputaciones y las tres capitales– y en el que la coalición soberanista se ha presentado como la única alternativa real.

Aunque la pelea es global, hay dos frentes que centran el interés: Vitoria y Gipuzkoa. En la capital las encuestas apuntan a un cuádruple empate entre el PNV, Bildu, PSE-EE y PP. Una igualdad que puede provocar que el nombre de la alcaldesa –las cuatro cabezas de lista son mujeres– no se conozca hasta dentro de unos días. En Gipuzkoa, EH Bildu confía en quitarle el primer puesto a nivel provincial al PNV, aunque la previsible reedición del pacto entre los jeltzales y los socialistas le aseguraría la Diputación a Eider Mendoza, que toma el relevo de Markel Olano. Pero, aun así, perder el ‘título’ de fuerza más votada en Gipuzkoa sería un importante golpe para el PNV, y más aún, ceder la Alcaldía de Vitoria.

Polarización

La polarización que han buscado PNV y EH Bildu ha sido combatida por el resto de formaciones con diferentes estrategias. Los socialistas han apostado por vender las medidas sociales puestas en marcha por Pedro Sánchez, su propia gestión tanto en los ayuntamientos que lideran –once en total– como en el Gobierno vasco y el mensaje de que son el «cambio sensato» para intentar ganar en Vitoria y otros municipios.

El reto del PP es otro. Demostrar que ha logrado detener la sangría de votos que viene sufriendo en las últimas convocatorias. Las encuestas parecen indicar que la tendencia es positiva. Ser la primera fuerza en Vitoria, o al menos aproximarse, es algo que hace solo unos meses parecía inviable.

La marca Elkarrekin Podemos lucha en otra batalla: la de dar la vuelta a los sondeos. Su objetivo es seguir siendo relevante en localidades como Durango, Irún o Rentería, donde los últimos años han tenido responsabilidades de gobierno.

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